22 ago 2009

Noche de Gala con el Rey

Os paso un nuevo capítulo de las aventuras de Iñigo, que acabo de descubrir que viaja con Costa Cruceros en un crucero dedicado a Pelé, para mi el mejor jugador de todos los tiempos, ganador de 3 campeonatos del Mundo y un ejemplo de comportamiento y deportividad, no como otros que se esnifaban hasta las líneas de demarcación.

Soy consecuente y diré un punto donde ha sido criticado mucho por algunos sectores, las mujeres, yo creo que más que criticas han sido envidias, quien no recuerda a una de las más populares, Xuxa, que aún hoy está de muy buen ver.


El favorito del viajero era el camarero negro, Isaac, que preparaba cócteles con su chaqueta roja. (En la presentación miraba al espectador y le señalaba con los índices en plan enrollado).
El viajero jura que ha visto hacer ese gesto en plenos años noventa a ejecutivos engominados, para hacerse los colegas. Al viajero le gustaría tener un camarero de confianza en el crucero, pero no le hacen mucho caso. Mientras entra en su camarote, se promete seguir buscando un bar decente. Habla con su mayordomo personal, Omar, muy servicial, pero es otra relación que no acaba de cuajar. Le cuenta que trabajan casi ocho meses, empalmando cruceros. De inmediato se convierte en su héroe. Dice que le gusta porque pagan bien y ve mundo. Les dejan bajar en las escalas durante un par de horas. El viajero cree que podría hacer un blog.
En el barco reina cierta agitación porque es la noche de gala. Eso quiere decir que hay que ponerse elegantes, situación que siempre deja en posición incómoda al viajero, porque no es una persona elegante. Es decir, cuesta intuir su elegancia interior, que él está casi seguro de que la tiene, porque va hecho un zarrapastroso.
Al final se pone una chaqueta y que sea lo que Dios quiera. Cuando se abre la puerta del ascensor no da crédito. La gente se lo ha tomado realmente en serio. Es más, parece que no esperaban otro día. Los niños están muy nerviosos. Es una muchedumbre endomingada, de punta en blanco, que podría acudir tranquilamente a una boda. Quizás más de uno ha aprovechado la oferta de blanqueado de dientes, con 20% de descuento, que ofrecía el salón de belleza para la noche de gala. O la oferta de la peluquería, desde 44 a 120 euros con 'hihlight&cut&brushing'. O se ha podido abastecer en el mercadillo de sortijas que han puesto en la zona de tiendas. También es el Día Swarovski, con 20% de descuento: «¡Dejen que la magia de las joyas los transporte al fabuloso mundo del glamour!»
El Rei es sonámbulo
En resumen, el viajero ha vuelto a quedar mal. Y se resiente, claro. Se da a la bebida en el bar del gran atrio central Pantheon, amenizado por el pianista triste. A su alrededor evoluciona una larguísima procesión de pasajeros empingorotados y tensos. Es la fila para hacerse la foto con Pelé en la entrada del teatro. Una vez dentro hay cóctel. El viajero calcula que allí hay al menos para hora y media, y como hay dos turnos, según las cenas, decide volver luego. Se va a cenar a su turno, que es el centroeuropeo de las siete. Todos los camareros están de etiqueta.
Entre el pasaje se ha especulado mucho sobre Pelé. Debido a su demora en personarse y por el escaso énfasis atribuido a su presencia corrían inquietantes rumores. El viajero fue esta mañana a interesarse a la hora de consultas con la azafata en lengua española, Anais, muy simpática. Le dijo que Pelé estaba a bordo desde el primer día y otro pasajero añadió que la noche anterior participó en el fiestorro brasileño y cantó y todo. «Te lo perdiste», le dice. El viajero ya se ha dado cuenta de que hay un mundo de marcha loca hasta las tres de la mañana, pero es que no le atrae lo más mínimo. Así es como uno va perdiendo oportunidades en la vida.
De todos modos en la tele de los camarotes hay un canal que sólo pone las 24 horas el documental 'Pelé eterno', que el viajero ya ha visto a trozos unas doce veces para dormirse. El documental está bien y se aprenden cosas, como que Pelé era sonámbulo y gritaba gol en sueños. Es entrañable ver cómo se celebraban antes los goles, en blanco y negro. De forma infantil, a saltitos y levantando los brazos. Luego la cosa se ha desmadrado. El que no tiene preparada una tontería para hacer o una frase en la camiseta no es nadie. El viajero siempre se pregunta cuánto tiempo se pasarán algunos con la frasecita bajo la camiseta, sin lavarla y viendo pasar partidos. Se podría hacer una recopilación de literatura futbolística inédita, con frases que nunca salieron a la luz, aunque sería como el registro civil, todo nacimientos, cumpleaños y defunciones.
En el documental sale un partido muy instructivo del Santos contra el Boca Juniors en 1963: los argentinos dan leña como macarras y el público grita algo así como «¡Pelé hijo de puta, macacos del Brasil!». En vida deportiva a Pelé no se le tenía tanto respeto. Aunque en un partido en Colombia le expulsaron. Pero el público montó tal bronca, porque había ido a verle, que al final cambiaron al árbitro y fue readmitido.
El viajero es uno de los últimos de la fila pero ya se acerca a la ansiada foto con el ídolo. En la cola ha visto a la gente muy preparada, con camisetas de Brasil, de otros equipos, niños con balones y hasta un señor con una entrañable caja de 'Subbuteo' de los ochenta. Antes, sin embargo, hay un último obstáculo: la foto con el capitán, un señor italiano de aspecto campechano. Le han puesto detrás un decorado de nubes muy resultón. Al viajero, fecundo en ardides como Ulises, se le ocurre alegrar la instantánea con su truco de los ojos. Es decir, ponerlos bizcos. A él le parece muy gracioso y que desmitifica las ceremonias. Lo hacía Cary Grant en 'Charada', y para el viajero es la imagen de la elegancia, así que se puede, aunque sea noche de gala. Además, siendo un viaje mitológico, pueden aceptarlo como estrabismo de Venus. Hace su gag y el fotógrafo ni pestañea, porque estará hasta la coronilla.
Pelé y el Athletic
Por fin toca Pelé, que el pobre lleva tres horas haciéndose fotos con un decorado de un estadio, muy propio. Pese a la fatiga, saluda muy afectuoso. Pelé no sólo es un grande, el más grande, es un tipo muy majete. El viajero farfulla unas palabras mientras el Rei le comenta que el barco está lleno de gente del Madrid y del Barcelona. El viajero responde que le gusta mucho el fútbol pero no tiene equipo, porque no es de hacerse de cosas. Pelé le mira raro. Le dice que viene de Bilbao y entonces hablan del Athletic. El viajero no hace su truco de los ojos porque Pelé es Pelé. ¡Qué emoción!
Luego pasa al teatro para el cóctel y le dan una copita. Desde luego es el momento más 'Vacaciones en el mar', esa dicha setentera que en las películas españolas tenía su equivalente en las sintonías 'dabadabadá' y las moquetas de leopardo. Sin embargo el presunto cóctel es deprimente. Es una americanada total y, en esta línea, el viajero percibe por primera vez la presencia de un sector gringo y latino con pasta que pega mucho. Hay una señora cantando en el escenario clásicos dorados de ayer y siempre, con la compañía de un piano y un subyugante fondo estrellado. Algunas parejas salen a bailar en este marco incomparable. Las familias, repeinadas y arregladas, sentadas en las filas de butacas, miran absortas con su copa en una mano y las cámaras en la otra. El viajero no sabe si sentirán lo mismo que él, una penosa sensación de estar en el lugar equivocado. No sabe definir lo que lee en sus caras, algo entre la inercia, la falta de estímulo y las esperanzas apagadas. Son las caras de una parada de autobús.
El viajero piensa que en vacaciones suele haber un momento de pausa lúcida, en el que después de mucho tiempo se hace balance de la propia vida. De si uno está contento (y se conforma) o si debió ser más ambicioso. También, animada por la libertad condicional, la gente se imagina que cambia de vida, de pareja o monta una bronca en el trabajo y dimite. Pero luego ¿dónde va a ir? Se acepta el destino y se vuelve al curro como un corderito.
Tras el cóctel empieza la actuación estelar de la velada, 'La increíble comicidad de Rene Luden'. Se apagan las luces y sale humo en plan niebla. ¡Tachán! Aparece el artista, un señor canoso con algo en la mano. El viajero no cree lo que ven sus ojos: ¡es un ventrílocuo! Creía que era una profesión en extinción, como la de sereno o periodista. Pero no puede ocultar su satisfacción, la atmósfera de 'Vacaciones en el mar' está plenamente conseguida. Tiene un perro que se llama 'Toby'. Caústico, como todos los muñecos. Ante un público plurilingüe, el ventrílocuo debe hacer chistes en varios idiomas. Va a lo fácil y se cachondea de Berlusconi, que eso lo entiende todo el mundo. Hace las delicias de los niños.
Danzas y videocámaraLuego empieza el baile de gala. Al principio sólo los animadores, trajeados, sacan a señoras solitarias y bailan de forma profesional entre los corros de chavales. Los pasajeros vagan un poco embotados en sus trajes, como en las bodas cuando se ponen espesas al cabo de unas horas. Algunos señores se pasean con la mujer en un brazo y la videocámara en el otro, grabando sin cesar. A veces ni miran a la mujer y otras ni miran lo que están grabando. No se ve mucha diversión, la verdad.
El viajero topa con otro decorado fotográfico donde se retrata a señoritas en un fondo azul ante la falsa barandilla de un barco. Les bastaría salir afuera, pero ellas sabrán. Sin ningún asomo de que estén siendo irónicas, como el viajero y su 'efecto ojos', las chicas se fotografían en poses pizpiretas casposas, hasta doblan una pierna hacia atrás. Pero es peor al asomarse a un estudio fotográfico, con focos y paraguas, donde las parejas se retratan acarameladas.
Tras hacer la ruta habitual de bares, tragaperras y casino el viajero descubre que ya han puesto las fotos de Pelé en los escaparates del puente cuatro (Orión). El Rei se lo ha currado, hay miles. El viajero compra su foto con Pelé, 15 euros. Pero la del capitán es un chasco. Debe confesar que el 'efecto ojos' no siempre le sale bien, aunque él cree que sí. Se piensa que los tuerce divinamente -como Venus- pero a menudo sale con la mirada rara. Simplemente parece idiota. Bien, pues así era la foto del capitán. Sólo días más tarde descubrirá que sí había una con el gag conseguido, pero no estaba en el escaparate. Seguro que pensaron que había salido mal o que ese tío era tonto.
De vuelta al paseo rutinario por las instalaciones, decidido a llegar a los rincones más remotos, descubre en el mapa del barco un bar minúsculo, el Bar Clásico. Va para allá de inmediato, esquivando un atasco donde dan pasteles. Pasa una señora con dos niñas de la mano, pero no parece su madre. Se comportan más bien con la complicidad de unas sobrinas con su tía favorita: «Vamos a sacar a bailar a Andrea y ya veréis como se liga a los italianinis». Las niñas se mueren de risa y se divierten mucho. En el crucero pueden quedarse levantados hasta tarde. La fiesta se ha animado.
Al llegar al bar el viajero se asusta porque tiene otro alias, Bar Hércules, y ya se imagina que estará adornado con muñecos de los doce trabajos del héroe, que se lo tuvo que currar en estos mismos parajes del Peloponeso. El viajero se percata de la insistencia del carácter mediterráneo pues, como Ulises, Hércules tuvo que aguzar el ingenio para superar sus pruebas, algunas tan poco míticas como limpiar mierda en un establo o, directamente, robar a alguien. Por lo que incumbe al viajero, le cuesta abrir la puerta del bar, aunque es el único con puerta y eso le da buena espina. Gracias a los dioses, es pequeño y con la música bajita. Es decir, no hay nadie. No han podido prescindir de la falsa chimenea y el plástico dorado, pero no se pueden pedir milagros. Descubre que también es el Cigar Bar: llegan unos brasileños y se ponen a fumar puros mirando al techo, como se suelen fumar los puros, véte a saber por qué. En este apartado rincón el viajero por fin se siente en paz. Pide un whisky, mira al camarero filipino e intenta imaginárselo negro, con rizos y la chaqueta roja. Pero mejor no se lo dice porque le echa.

Esta imagen está dedicada a todos los cúles del Club.